Mi podcast: ¿Y por qué no aquí?

jueves, 5 de junio de 2008

Adolescentes borrachos, copenhague desde el hotel

Quien con niños se acuesta, meao se levanta. Dice el refrán. Y qué sabia es la tradición popular. Nos acostamos a las doce, con todos los niños como angelitos en sus habitaciones. Peeero, ellos hicieron su labor de adolescente tocagüevos y, tras la medianoche, cuando ya la carroza se ha convertido en calabaza, se escaparon a hurtadillas para descubrir la magia de la noche danesa que yo no he tenido opción de catar, para poder disfrutar de un país que permite beber a los mayores de 16 años. Hay un dicho en Noruega que dice "Det er deilig å være norsk i Denmark". Que significa "es maravilloso ser noruego en Dinamarca", es decir, es genial visitar un sitio con leyes más laxas y precios más bajos. A beber. Y nada hubiera pasado si la luz de la mañana hubiera disimulado las marcas de la noche. Pero siempre hay alguien que lo jode. Otro refrán castellano. A las diez de la mañana, cuando todos esperábamos, uno de los más revoltosos continuaba en la cama, y casi en coma. A partir de aquí el viaje dejó de tener gracia. Pues ante el miedo de una escuela privada de perder la subvención estatal si se descubre que sus pupilos se embriagan, a los profes les toca hacer de polis, aunque no cobren por ello. Tras descubrir multitud de frascos vacíos de botellas espirituosas (lo que muestra que fueron prácticamente todos los que se agarraron el pedo), pudimos ponernos en marcha a Rundetårn, la Torre Redonda. El acceso a la torre es lo más atractivo. La mitad una espiral interminable. Y la otra mitad escalones, aún más interminables. Una vez arriba, lo de siempre. Vistas. Esto nunca lo he llegado a entender. ¿Por qué el ser humano está tan obsesionado por verlo todo desde arriba? ¿Tales son los complejos que tenemos? Copenhague desde las alturas no tiene nada especial. Una ciudad preciosa, pero unos tejados sosos. Tampoco pasa nada. No dejan de ser tejados al fin y al cabo. El día continuó en el parque de atracciones. Tivoli. Yo no lo pude disfrutar mucho, porque a las dos horas, antes de abrir las principales atracciones, me tocó volver al hotel a vigilar que los niñatos aún sobrevivían. Aquí un desahogo. Yo no soy profesor, pero no me desagrada. Lo que no soporto es ser niñera, así que imaginen cómo me sentí. Por lo demás, Tivoli es bonito, pero no es el mejor parque de atracciones del mundo, ni mucho menos. Aunque sí es el más antiguo del mundo, y eso le honra. Tiene de bueno que está en pleno centro de Copenhague, y es un buen plan para pasar el domingo con la familia, pero si lo que se buscan son muchas emociones fuertes, no es el mejor sitio. Es un parque pequeño, y lo que más tiene son tiendas. Atracciones poquitas. A mí me dio tiempo a disfrutar de la montaña rusa, de los pinipons, y del columpio volador o como se llame. Te sientas en un columpio y empiezas a dar vueltas y vueltas y a subir y a subir. Este estuvo bien. Para relajarme de tanto niñato, me dí un paseo yo sólo por el centro, que es una de las cosas que más me gusta. Sentarme en una terraza y disfrutar de una buena cerveza y mirar a la gente. No sé si me dio un ataque patrio, pero me pedí una San Miguel. Merece la pena la plaza Højbro, en la zona peatonal de Strøget. Aquí se juntan turistas, con un enano que cantaba a gritos y se pensaba que lo hacía bien, un grupe de "jarecrisnas", que no pensarían que cantaban bien, pero no paraban con las campanitas, un ajedrecista que retaba a cualquiera que no le temiera, y bellezas danesas que se pasean con sus bolsitas de Zara colgada de la muñeca. Sí, de Zara. Por supuesto.Para la hora de la cena otra buena recomendación. Rizraz. Tienen dos restaurantes en el centro de Copenhague, y por tan sólo 79 DKK, te ofrecen un buffet muy variado y de gran calidad, con comida mediterránea y sin un gramo de carne. No se lo pierda. Coma bien, sano y barato.
Y de vuelta al hotel, a hacer guardia cada dos horas. Y por supuesto, los adolescentes no defraudaron. A las 3 de la mañana, apareció por arte de magia un joven danés en la habitación de nuestras niñas con un buen número de Carlsbergs. Sin comentarios.
Y de vuelta a casa, bueno, de vuelta a Noruega. Con parada obligada en la frontera entre Suecia y Noruega, lado sueco. ¿Por qué? Porque es un deporte nacional cruzar la frontera para comprar cervezas, tabaco y carne. Todo a unos precios casi el 50% más barato que a tan sólo 5 kilómetros de distancia. Y después de llenar el depósito, a entregar los adolescentes a sus padres. Que los aguanten ellos. He dicho.

Christiania, free country

El segundo día en Copenhague sería el mejor. Un día para conocer una maravillosa ciudad. Un día para disfrutar... sin alumnos.
La mañana comenzó con museos. Si lo que os gustan son los museos, no deberéis hacer caso a esta "guía" turística. No soy muy amante de los museos. Me gustan más las ciudades. Conocer sus calles, sus gentes, sus bares. Si hay algo que quiero ver en un museo, voy, y veo eso. "El grito" de Munch me vuelve loco. Pues voy, y lo veo. Aunque mira, he puesto un mal ejemplo, porque cuando fui a visitar el museo de Munch en Oslo me llevé varias sorpresas, sorpresas fantásticas. Este es un museo muy recomendable. Pero centrémonos. Estamos en Dinamarca. Quizás sea que los dos museos que visitamos son "demasiado" educativos. Pero a mí no me fascinaron. El primero, la Glyptoteca. Tiene una gran colección de arte antiguo. De hecho, tiene una de las mejores colecciones de arte egipcio y romano del mundo. Para quien le guste, oiga. Está bien. Pero tantas cabezas cansan. Además, yo acompañaba a un chico en silla de ruedas, y el edificio será muy bonito, pero en su época no atendían mucho a la movilidad. Casi como ahora. De camino al museo nacional, nos equivocamos y entramos en el ayuntamiento. Fue una casualidad, pero merece la pena entrar a echar un vistazo. Tiene una sala enorme con muchas banderas danesas y una artesanía muy interesante. Ya en el Museo Nacional de Dinamarca, más de lo mismo. Muy interesante, sí. Pero una vez vistas diez piedras que servían de cuchillo hace cinco mil años, vistas todas. No necesito ver la colección completa de las cinco mil cuchillas que encontraron en las tumbas, de aquellos que por cierto mantienen en el museo, que cuenta con una nutrida representación de cadáveres. Esqueleto de mamá con bebé incluido. Hasta aquí, las visitas educativas obligadas.
La siguiente visita era voluntaria, y como todo lo voluntario...sólo profesores y dos alumnos. Y menos mal. Nyhavn. Una maravilla. No se lo pierda. Antiguo puerto pesquero reconvertido en zona turística con cafés y paseos en barco. La arquitectura aquí merece mucho la pena. Las casas son de colores vivos porque se pintaron con los restos de pintura de los barcos pesqueros. Un apaño convertido en arte. Muy recomendable sentarse en una de las terrazas y disfrutar del pescado si hay hambre o de un helado si se va por el postre.
Paseo en barco por los canales: Otra visita muy recomendada. Por 60 DKK se da un paseo por los canales de Copenhague, pasando por la Nueva Opera, la popular Sirenita y el resto de canales a cuyos lados se esparce una fabulosa arquitectura escandinava. Sobre la Sirenita, ocurre como todos esos pequeños detalles que hacen famosas a las ciudades. ¿Habéis visto la rana de la Universidad de Salamanca? ¿El niño enfadado de Oslo? No será tan bonito, pero se siente algo especial al estar delante de ello. A mí me pasó con la Sirenita, aunque la viera desde el agua. En estos paseos en barco de tan sólo una hora, te presentan lo fundamental de la ciudad, y luego ya tienes todo el día para tumbarte "panzarriba" en sus parques, como el Jardin Rosenborg, que sólo lo vi de paso, pero estaba llenito de gente. Los escandinavos enseguida se desnudan en los parque a broncearse en cuanto el sol asoma un poquito.

Ya por la tarde noche, una de las visitas más esperadas. Christiania. Este es un barrio con ley aparte. Era un antiguo cuartel que en los setenta fue okupado, con K, por un grupo de hippies que abogaban por la legalización de la marihuana. Y ahí siguen los mismos hippies. Un paseo por sus poco más de dos calles da impresión, incluso a quien ha pasado horas en el Cantarranas de Valladolid o la Malasaña de los 80 en Madrid. Nada más entrar a este pequeño gueto, un cartel enorme anuncia que los fotógrafos no son bienvenidos. No quieren ser bichos de zoo, y no quieren que los turistas vayan a hacer fotos de cómo se hacen porros. Comprensible. En este barrio se juntan jóvenes adolescentes porreros con viejos hippies pasados de rosca, al tiempo que niños jugando en los parques. Y marihuna. Mucha marihuna. En mi vida había visto pedruscos de hachís de tal calibre. Un hombre ofrecía a voz en grito dos piedras como puños. No pregunten por el precio o la calidad. Lo ignoro por completo. Pero a pesar de todo, nos contaron que esa es una de las zonas más seguras de todo Copenhague. ¿Por qué? Porque está rodeada de policías, claro. En Dinamarca la marihuana también es ilegal, pero hay una especie de ley no escrita que no entra en Christiania. Pero cuidado de salir de la zona delimitada con algo indebido. El registro es bastante probable. Y al salir, lo más gracioso. Un arco te despide con el lema "Usted está entrando en la Unión Europea".
Pero lo mejor de Christiania, el restaurante que se encuentra en su corazón. Spiseloppen. Una entrada digna de películas de terror. Con las paredes abarrotada no de graffitis, sino de pintadas. Uno se pregunta, ¿voy al sitio adecuado? Una vez entras, no se diferencia tanto de un restaurante corriente. Antes disponía de mesas alargadas para compartir cena con desconocidos, pero ahora también eso se ha abandonado y tú te sientas en tu mesa y pides tu menú. ¡Y qué menú! Spiseloppen es una cooperativa formada por ocho cocineros de ocho países diferentes, y cada día su menú es diferente, por eso te lo ofrecen en una fotocopia hecha a mano. A nosotros nos tocó chef francés, y los franceses tendrán sus cosas, pero los chefs son chefs. Yo pedí una perdiz, con ensalada de espinacas y queso feta, acompañado de mus de patata y ensalada tropical. Por unos 20 euros, una delicia para el paladar. Un sitio muy, muy recomendable.
De vuelta al hotel, ya muy cansados. Dio tiempo a parar en una terraza a la orilla de los canales de Christiania. Yo estuve en Bådudlejning, con una buena variedad de cervezas. Pero también se puede optar por cafés sobre un barco. Otro barco sirve de taxi y te lleva a tu casa, si está al lado del canal. Pero yo me fui andando.
PD: Todas las fotos son mías, menos por supuesto la de Christiania, pues no quise romper la norma impuesta por sus vecinos y arriesgarme a más de una mala mirada.

martes, 3 de junio de 2008

Dinamarca, paraíso de la bicicleta

(Escrito el 2 de junio de 2008)
Las bicicletas son para el verano. Y para Dinamarca. Aquí estoy. En Copenhague. Con 22 adolescentes noruegos y otros dos profesores. Es curioso. Una preciosa capital européa. Con multitud de monumentos, museos, cafés, la Sirenita... y lo que más me llama la atención son las bicicletas. Es fascinante. Hay más bicicletas que coches. Y casi todas son las típicas bicis de paseo antiguas con cestillo delante y atrás. Conviene decir que hemos tenido mucha suerte con el tiempo, y hay unos 30 grados de día y casi 20 ahora que son las doce y media de la noche. Me pregunto cómo será cuando la nieve llegue hasta las orejas. No debe ser muy diferente, porque es algo que está en la cultura. Las calles están perfectamente acondicionadas para la bicicleta. Calles anchas, con carriles extras para los ciclistas. Ciclistas de todas las edades, clases sociales y pintejas. Con corbata, con minifalda, con crestas y con sombrero. También se pueden alquilar bicicletas por días. Veremos si mañana o pasado podemos hacer un “tour”.

Por lo demás, no ha dado mucho tiempo a más. Tuvimos un pequeño gran incidente que nos hizo llegar a nuestro destino con dos o tres horas de retraso sobre el horario previsto. Resulta que yo y mi Guía Campsa somos más efectivos que un chofer noruego y su GPS. Estaba obsesionado con coger un ferry, y no había tal ferry. Sólo había la opción de cruzar un puente-túnel de Suecia a Dinamarca. Que tras dos horas de rodéos fue al opción definitiva. El problema estaba en que el conductor había “oído” que el peaje del puente eran 40.000 pesetas para un bus, pero al final fueron poco más de 10.000 pts/500 DKK/60€. Y cruzamos el puente. Y vaya puente. Impresionante. Una increíble obra de ingeniería que se adentra en el mar y uno se pregunta cómo se sostendrá eso. A ambos lados, agua, mucho agua. Y muchos molinos de viento. No de los de Quijote, sino de los que dan dinero. Y cuando uno no para de asombrarse del puente...para abajo, de repente. El puente se convierte en túnel que va por debajo del mar los últimos 500 metros hasta entrar en tierras danesas. Una pocholada oiga. A uno de pueblo como yo le impresiona cualquier cosa quizás.

Añadido el 17 de junio de 2008: Después de unos paseos por internet, he disminuído mi gran ignorancia al descubrir que este puente se llama Puente de Oresund y es el puente combinado (tres y coches) más grande de Europa. PD: La primera foto es de internet, pero la segunda es mía y, modestia a parte, creo que algo aprendí trabajando en El Norte de Castilla con fantásticos fotógrafos. Y de los adolescentes noruegos qué decir. Último viaje que hago como responsable de estudiantes. Y menos noruegos. La cultura noruega respecto al alcohol es terrible. Sana para el cuerpo quizás, pero insana para la cabeza. Casi todos los alumnos de este viaje tienen 18 años, y allí eso es sagrado. Mayor de edad, no le puedes ni toser. Y la otra mitad tiene 17. Menor de edad, a kilómetros del alcohol. A kilómetros del alcohol de cara a la galería, porque claro está que tienen una sed de aupa. La profesora francesa y yo el español, queríamos dar un poco de carta blanca, pero la noruega, de Bergen para más señas, y ya con sus añitos, puso las íes bajo sus puntos y aquí dios y después gloria. Qué quiere eso decir. Que los alumnos seguirán bebiendo, pero no les veremos. De momento, reconocer que se portan estos noruegos. Ni pizca de bulla en el bus, y a las doce en punto en casa. Como angelitos y cenicientas. Ahora son la una menos cuarto y no se oye nada. Que siga así. Suena abuelete decirlo, pero cuando yo tenía su edad y hacíamos un viaje, quizás no bebíamos, pero ruido hacíamos un rato. Bueno, y ahora me retiro a intentar dormir en este camastro tipo IKEA de oferta. Nota: Será barato, pero no recomiendo el Dan Hostel si lo que se quiere es confort y comodidad. www.danhostel.com/copenhaguecity